extractos

Extractos

Cada libro que pasa por nuestras manos, cada idea que da más de dos vueltas por nuestra autopista de neuronas, cada impresión que se vuelve realidad, cada sonrisa compartida con un autor que revive al ser releido.

Todo paso de la inspiración ajena por nuestro cerebro lo tranforma tanto en su contenido como en su forma de contener.

Con un gran respeto a cada autor, he aquí los párrafos que no pude evitar releer hasta memorizar...

El Gólem. Jorge Luis Borges, 1958.

Si (como afirma el griego en el Cratilo) el nombre es arquetipo de la cosa en las letras de 'rosa' está la rosa y todo el Nilo en la palabra 'Nilo'. Y, hecho de consonantes y vocales, habrá un terrible Nombre, que la esencia cifre de Dios y que la Omnipotencia guarde en letras y sílabas cabales. Adán y las estrellas lo supieron en el Jardín. La herrumbre del pecado (dicen los cabalistas) lo ha borrado y las generaciones lo perdieron. Los artificios y el candor del hombre no tienen fin. Sabemos que hubo un día en que el pueblo de Dios buscaba el Nombre en las vigilias de la judería. No a la manera de otras que una vaga sombra insinúan en la vaga historia, aún está verde y viva la memoria de Judá León, que era rabino en Praga. Sediento de saber lo que Dios sabe, Judá León se dió a permutaciones de letras y a complejas variaciones y al fin pronunció el Nombre que es la Clave, la Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio, sobre un muñeco que con torpes manos labró, para enseñarle los arcanos de las Letras, del Tiempo y del Espacio. El simulacro alzó los soñolientos párpados y vio formas y colores que no entendió, perdidos en rumores y ensayó temerosos movimientos. Gradualmente se vio (como nosotros) aprisionado en esta red sonora de Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora, Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquellos, Otros. (El cabalista que ofició de numen a la vasta criatura apodó Golem; estas verdades las refiere Scholem en un docto lugar de su volumen.) El rabí le explicaba el universo "esto es mi pie; esto el tuyo, esto la soga." y logró, al cabo de años, que el perverso barriera bien o mal la sinagoga. Tal vez hubo un error en la grafía o en la articulación del Sacro Nombre; a pesar de tan alta hechicería, no aprendió a hablar el aprendiz de hombre. Sus ojos, menos de hombre que de perro y harto menos de perro que de cosa, seguían al rabí por la dudosa penumbra de las piezas del encierro. Algo anormal y tosco hubo en el Golem, ya que a su paso el gato del rabino se escondía. (Ese gato no está en Scholem pero, a través del tiempo, lo adivino.) Elevando a su Dios manos filiales, las devociones de su Dios copiaba o, estúpido y sonriente, se ahuecaba en cóncavas zalemas orientales. El rabí lo miraba con ternura y con algún horror. '¿Cómo' (se dijo) 'pude engendrar este penoso hijo y la inacción dejé, que es la cordura?' '¿Por qué di en agregar a la infinita serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana madeja que en lo eterno se devana, di otra causa, otro efecto y otra cuita?' En la hora de angustia y de luz vaga, en su Golem los ojos detenía. ¿Quién nos dirá las cosas que sentía Dios, al mirar a su rabino en Praga? Jorge Luis Borges - 1958

Estudios sobre el amor. José Ortega y Gasset, 1927.

El hombre mejor para el hombre y el hombre mejor para la mujer no coinciden. Hay vehementes sospechas de que no han coincidido nunca. Digámoslo con toda crudeza: a la mujer no le han interesado nunca los genios, como no fuera per accidens; es decir, cuando a lo genial de un hombre van adyacentes condiciones poco compatibles con la genialidad. Lo cierto es que las calidades que suelen estimarse más en el varón para los efectos del progreso y grandeza humanos no interesan nada eróticamente a la mujer. ¿Quiere decirme qué le importa a una mujer que un hombre sea un gran matemático, un gran físico, un gran político? Y así sucesivamente: todos los talentos y esfuerzos específicamente masculinos que han engendrado y engrosado la cultura y excitan el entusiasmo varonil son nulos para atraer por sí mismos a la mujer. Y si buscamos cuáles son, en cambio las cualidades que enamoran, hallamos que son las menos fértiles para la perfección general de la especie, las que menos interesan a los hombres. El genio no es un "hombre interesante" según la mujer, y viceversa, el "hombre interesante" no interesa a los hombres. Es penoso advertir el desamparo de calor femenino en que han solido vivir los pobres grandes hombres. Diríase que el genio horripila a la mujer. Las excepciones subrayan más la plenitud del hecho. Éste, que es de suyo palmario, resulta más hiriente si se hace en él una operación de multiplicar exigida por la realidad. Me refiero a lo siguiente: en el proceso del amor es necesario distinguir dos estadios cuya confusión enturbia desde el principio hasta el fin la psicología del erotismo. Para que una mujer se enamore de un hombre, y viceversa, es preciso que antes se fije en él. Este fijarse no es otra cosa que la concentración de la atención en la persona, merced a la cual queda esta destacada y elevada sobre el plano común. No tiene aún tal favor intencional nada de amor, pero es un situación preliminar a él. Sin fijarse antes, no ha lugar el fenómeno amoroso, aunque puede éste no seguir a aquél. Claro es que la fijación crea una atmósfera tan favorable a la germinación del entusiasmo, que lograrla equivale normalmente a un comienzo de amor. Pero es de suma importancia diferenciar ambos momentos, porque en ambos rigen principios diferentes. Un buen número de errores en psicología del amor provienen de confundir las calidades que "llaman la atención" y, por tanto, destacan favorablemente al individuo, con aquellas que propiamente enamoran. Las riquezas, por ejemplo, no es lo que se ama en un hombre; pero el hombre rico es destacado ante la mujer por su riqueza. Ahora bien: un hombre ilustre por sus talentos posee superior probabilidad de ser atendido por la mujer; de suerte que, si ésta no se enamora es difícil la excusa. Tal es el caso del grande hombre, que generalmente goza de luminosa notoriedad. El despego que hacia el siente el sexo femenino debe, pues, ser multiplicado por este importante factor. La mujer desdeña al grande hombre concienzudamente, y no por azar o descuido. Desde el punto de vista de la seleccion humana, este hecho significa que la mujer no colabora con su preferencia sentimental en el perfeccionamiento de la especie, al menos en el sentido que los hombres atribuimos a éste. Tiende más bien a eliminar los mejores individuos, masculinamente hablando, a los que innovan y emprenden altas empresas, y manifesta un decidido entusiasmo por la mediocridad. Cuando se ha pasado buena porción de la vida en la pupila alerta, observando el ir y venir de la mujer, no es fácil hacerse ilusiones sobre la norma de sus preferencias. Todo el buen deseo que a veces muestra de exaltarse por los hombres óptimos suele fracasar tristemente, y, en cambio, se le ve nadar a gusto, como en su elemento, cuando circula entre los hombres mediocres. Los propósitos de la Naturaleza quedan superlativamente arcanos. ¿Quién sabe si a la postre conviene este despego de la mujer hacia lo mejor? Tal vez su papel en la mecánica de la historia es una fuerza retardataria frente a la turbulenta inquietud, al afán de cambio y avance que brota del alma masculina. Ello es que, tomando la cuestión con su más amplio horizonte y como zoológicamente, la tendencia general de los fervores femeninos parece resuelta a mantener la especie dentro de los límites mediocres, a evitar la selección en el sentido de lo óptimo, a procurar que el hombre no llegue nunca a ser semidiós o arcángel. *Artículo aparecido en el diario El Sol los días 4 y 11 de noviembre de 1927.

Women. Charles Bukowski

Me gustaban los colores de sus ropas, su manera de andar, la crueldad de algunos rostros, de vez en cuando la belleza casi pura de una cara, total y encantadoramente femenina. Estaban por encima de nosotros, planeaban mejor y se organizaban mejor. Mientras los hombres veían el futbol o bebían cerveza o jugaban a los bolos, ellas, las mujeres, pensaban en nosotros, concentrándose, estudiando, decidiendo, si aceptarnos, descartarnos, cambiarnos, matarnos o simplemente abandonarnos. Al final no importaba, hicieran lo que hicieran, acabábamos locos y solos.

Poésie VIII. Louise Labé

Je vis, je meurs: je me brûle et me noie, J'ai chaud extrême en endurant froidure; La vie m'est et trop molle et trop dure, J'ai grands ennuis entremélés de joie. Tout en un coup je ris et je larmoie, Et en plaisir maint grief tourment j'endure, Mon bien s'en va, et à jamais il dure, Tout en un coup je sèche et je verdoie. Ainsi Amour inconstamment me mène Et, quand je pense avoir plus de douleur, Sans y penser je me trouve hors de peine. Puis, quand je crois ma joie être certaine, Et être en haut de mon désiré heur, Il me remet en mon premier malheur.