cuentostorzidos

Cuentos torzidos

Un concentrado de cuentos urbanos. Ficción y realidad se confunden en medio de reflexiones, recuerdos, aspiraciones y delirios acerca de las vivencias internas y externas que quedaron atrapadas entre mi frente y mi nuca.

Te sentirás perdido

Te sentirás perdido por largos momentos. Siempre supiste que así tenía que ser, aunque en ocasiones lucharas por pintarte una realidad distinta, donde la conexión con el mundo real fuera sólida y coherente. La coherencia nunca fue ni será parte de tus virtudes. La contradicción, en cambio, te acompañará desde tus primeros recuerdos. Serás parte sin darte cuenta; te alejarás cuando creas acercarte. Lo que parece un poco de claridad es tu entrada a la etapa más oscura que hubieras podido imaginar. ¿Dónde quedó la gente que es como tu, si es que eras o te ibas volviendo alguien normal? ¿Qué no lo único que hacías era cumplir con tu deber como ciudadano responsable, como individuo determinado a realizarse dentro del contexto que dignamente habías acabado de aceptar como estimulante? De pronto la lógica se perderá, no sabrás si de golpe o poco a poco. Un día ya no podrás atar los cabos de esa historia que te habías contado, que estabas listo para contar una vez anciano. Tus ojos se volverán tristes y tu voz comenzará a parecerte cada vez más hueca. Algo falso entró y se filtrará en casi todas las historias que cuentas, en casi todas las representaciones teatrales que te esmeras en afinar desde que abres los ojos hasta que se cierran sólos. Desearás correr y gritar con todas tus fuerzas y te sentirás cobarde por no encontrar ningún momento para hacerlo. Entonces buscaste desesperadamente distraerte. Cada intento por escapar de tu conciencia trajo un alivio más corto que el anterior. La desesperación circulará por tus venas para hacerse sentir en cada parte de tu cuerpo. Buscarás por todos lados aquello que salió mal. ¿En qué momento perdiste de vista el camino? ¿De quién es la culpa? El silencio de tu soledad te hará ver que no conocerás la respuesta. Te preguntaste por cuanto tiempo más podrías seguir caminando sin rumbo. Entonces voltearás a tu alrededor, y te verás. Te verás por todos lados. Ahí estabas, hecho anciano, hecho mujer, hecho niño. Sentado hambriento en la calle esperando una moneda. Convenciendo a un cliente que hacia una buena elección. A la entrada de una escuela con una pesada mochila en la espalda aburriéndote antes del inicio de la primera clase. Sintiendo como se mueve tu primer hijo en tu vientre. Esperando con calma la muerte que te liberaría de los dolores que se acumularon con los años. En ese momento, estar perdido comenzará a parecerte divertido. ¿Quién está más perdido? ¡Echen sus apuestas! Tu perdidez finalmente parecerá llevarte a algún lado. Tu confusión empezó a merecer un poco de respeto; era algo tan tuyo que perdiste las ganas de compartirla. Más distracciones entran y salen de tu cabeza y de tu cuerpo. Te encargaste de que invadieran cada momento de tu vida, hasta el punto de adueñarse de cada segundo de tu día. Sonreirás mientras una lágrima titubea en recorrer tu mejilla.

Escucha, pequeño hombrecito

¿Quién habla en mi lugar? Como un fantasma merodeo un cuerpo que actúa. ¿Soy yo quien acaba de decir eso? Ni siquiera lo decidí. Se suponía que yo tendría el libre albedrío para hacer o dejar de hacer. La mecánica me lleva siempre unos pasos de ventaja. ¿En qué momento se fueron encadenando mis supuestas decisiones para que me pueda sentir orgulloso de lo que he conseguido? ¿Es que en realidad puedo sentirme orgulloso de mi o avergonzado en los casos en que las cosas no funcionan? Yo creería que habría que estar al mando de la situación para poder atribuirse los méritos, lo cual no siento que sea el caso cada que ese cuerpo (¿mío?) habla, calla, camina, escribe. Como si yo fuera un simple testigo de lo que este cuerpo, que al parecer ocupa el mismo espacio físico que yo, o por lo menos uno muy cercano. Siempre tengo la impresión de estar por ahí, muy cerca, a veces un poco arriba, a veces sólo a un lado, viendo hacia la ventana distraido, mientras él sigue haciendo y deshaciendo, comprando y ligando, lee que lee, buscando no se que tanto en internet; a veces me aburre y ni le pongo atención: lo dejo hablando con desconocidas o mirando gente y yo me pongo a pensar en asuntos más interesantes. De pronto parece como si me fuera a escuchar y le doy consejos como se dan consejos a un buen amigo. De vez en cuando parece como si realmente entendiera lo que le pienso; por lo menos se retuerce de une forma más o menos creible. Por ejemplo, después de muchos "ya levántate" puede que se empiece a preocupar por esa murmullo que lo atormenta y se acerca al reloj para ver que ni siquiera son las ocho y se vuelve a acostar. Me resigno a mi ineficiencia y lo dejo en paz una hora más antes de volver a susurrarle al oido que el día se le va a escapar entre los dedos si sigue disfrutando de la frescura de su edredón. A mi qué me importan los edredones o las mujeres o internet. Yo quiero ver cosas nuevas todo el tiempo. Ahí es donde me puedo volver muy persuasivo y lo hago salirse de su oficina prometiéndole alguna aventura pasajera a la vuelta de la esquina. Cuando tiene una página de google en blanco frente a sus ojos repito como un demente "viajes baratos a lugares extremos" y con un poco de suerte lo distraigo de sus matemáticas o de sus cuentas de dinero o de sus correos electrónicos fastidiosos y termina buscándose un boleto de tren con un buen descuento. En realidad es como ir en un caballo medio torpe que ya conoce casi todo el trayecto jornalero y con un buen puntapié en el momento adecuado lo puedo sacar de rumbo y crear un poco de diversión. En el fondo no siempre tengo ganas de distraerlo; parece una maquinita, todo el tiempo trantando de ganarle tiempo al tiempo. Miles de gestos estudiados, hábito tras hábito. Saca tu libro, pon la música en tus oidos, sonríe a tu colega un poco mejor que ayer, revisa tus correos, toma el teléfono y di lo que tienes que decir, escribe un poco más para que vean que no has perdido interés en tu trabajo, escoge una película y reserva, ve y compra más ropa, más equipo deportivo, pero corriendo porque ya te tomaste dos horas para comer, regresa a hacer como que respetas un horario, graba algo en tu cámara y córtalo en mil pedazos hasta que sientas que le robaste un momento a la eternidad y lo encerraste en 200 megabytes de tu disco duro. Crea listas de lectura de tu música para cada ocasión, tu creas tus momentos, ninguno se parece al anterior. Ja ! vive tu ilusión de tener una vida diferente. diferente a la que tienen los demás, diferente a la que tuviste ayer, diferente a la que esperan que tengas, diferente a la que tu mismo sabes que ibas a acabar por tener. ¿No resultó? No te preocupes, todavía te quedan unos años para seguir intentándolo, trata con otra mujer, con otro deporte, con otro tema de investigación, múdate de casa, cambia de estilo, sonríe menos, habla más grave, habla menos! Observa la boca de la gente, no, los ojos, no, las manos. Deja de verte en el espejo, ese no eres tu, ese es el que crees que ven los demás. Los demás ven a un tipo que tu ni siquiera puedes imaginar. Aunque pudieras imaginar como te ven, de nada sirve, no se acerca siquiera a lo que tu podrías ver si te vieras, de un poco más lejos. Pasamos demasiado tiempo tan cerca, me debería ir de vacaciones sólo para ver que haces sin mi. De seguro ni me extrañarías, sólo me haces darte consejos para poner todo en duda. Como si fueras más inteligente que yo, cómo si vieras cosas que yo no veo. En realidad espero que sí veas cosas que yo no veo porque me ha dado flojera últimamente ocuparme de tus asuntos, no me quieras cargar con la responsabilidad de lo que se te pueda resbalar. Eso de cargarle las cosas a la conciencia suena fácil. ¿Yo qué? A mi me tienes como testigo pero en realidad tengo tan poco que ganar o que perder que más vale que me empieces a ignorar y te orientes tu sólo. Yo no soy tan amigo de ese cuerpo que se mueve sin parar como si supiera a donde va. Creo que necesitamos darnos un poco de espacio. Ocúpate de tus placeres llenos de olores, texturas, sensaciones, sabores, esfuerzos musculares. Yo me tomo un período sabático para reflexionar sobre lo que podremos hacer juntos a mediado plazo, cuando empieces a servir de algo a parte de sentir que tus días están obsesivamente atascados de actividades interesantes. Creo que mis intereses van mucho más allá de los tuyos. Espero que te aburras y que te empieces a interesar en el gran personaje en el que te quiero convertir. Deja de correr y escucha correctamente por primera vez.

Reestructura

Se oye un crack en mi cabeza. De golpe se derrumba el orden que mantenía proyectos, ideas y demás masturbaciones mentales atados unos con otros. El pánico empieza a hacerse doloroso y todo mi ser se pone en estado de alerta. Cuento con unos instantes para reaccionar antes de que todo empeore. Seguramente así se siente cuando un barco está por hundirse: hay que tomar decisiones en pocos minutos mientras aún pueda hacer algo para salvar el pellejo de unos cuantos. Supongo que en esta ocasión algunos de mis yos no sobrevivirán. Como se hace en los barcos, tengo que deshacerme de peso inútil. Reacciona, ¿Qué tiro? ¿Qué está demás? Mmmh. No hay mucho qué desechar. Borro algunos nombres de la lista de contactos de mi teléfono y siento un ligero, muy ligero alivio. Necesito más. ¿Mi historia de amor? Qué duro. No tengo alternativa; las cadenas se están hundiendo rápidamente y pronto le llegará el turno a mi pie y al resto de mi para ser arrastrado hasta el fondo. Marco un número y ni siquiera intento disimular mi voz de desesperación. Hay que hablar, es urgente. Mientras camino la ciudad se funde a cada paso. Si me detengo e intento desistirme seré absorvido al instante por toneladas de concreto que volverán a su lugar una vez que quede sepultado más abajo de donde alguien pueda acordarse que estuve por ahí. A unos instantes de que mis piernas se quiebren, y de que el resto de mi se precipite en una caida libre por el más temido de mis vacíos, llega mi salvadora. Un largo y tierno abrazo me envuelve; en pocos segundos las miles de membranas que se habían desgarrado en mi interior vuelven a entrelazarse. Tiene horas, días que este abrazo empezó y me invade la sensación de que, a partir de ahora, nada volverá a ser igual. Mi alma está al descubierto, pero ya no importa. El peligro se esfumó mientras esta especie de angel saca sus pinceles y restaura una por una las manchas que se formaron conforme mis lágrimas insisten en deslavar cada uno de mis sueños de grandeza incumplidos. Trato de convencerla que no se puede llegar lejos arrastrando los pies. Ella simplemente cree en mi y eso me desarma por completo. Mientras vuelve a poner el mundo entre mis manos me doy cuenta que, efectivamente, algunos de mis yos murieron en ese momento ahogados en una turbia demencia.

La señal

Nunca había sido de los que caminaban: lo suyo era volar. El aire que entra por los poro de su piel mientras mantiene su cabeza lo más firme posible para conservar la dirección. Los brazos extendidos, o simplemente detrás de la espalda; en este último caso, el cuello va más tenso, sobre todo al momento de girar. Sabía que en cuanto recibiera la señal esas serían sus únicas preocupaciones. ¿Qué tan alto tengo que ir para dejar de ver ese pueblo instalado en medio de las montañas? ¿Cómo hacer para volar lentamente de espalda a la tierra y con los ojos cerrados sin perder ni la estabilidad ni la dirección? Mientras tanto esperaba. Esperaba haciendo caras a los que caminaban por las calles y sentía un pequeño triunfo cuando alguno respondía con otro gesto. Estaba acostumbrado a las miradas burlonas a su alrededor mientras corría con pasos largos y un lento aletear en los brazos en medio de las grandes avenidas. Procuraba quedar suspendido en el aire el mayor tiempo posible antes de dar el siguiente paso. A veces, mientras esperaba en algún lugar despejado fijando el horizonte, solía fingir lanzar piedras a los pájaros para hacerlos volar a su antojo. La espera es más agradable en lo alto de los edificios; desde ahí se puede saludar a los que se asomaban por las ventanas. Esas eran sólo distracciones; en el fondo, lo único que daba sentido a todo era la espera de una señal. La señal que pondría fin definitivo a la espera. Tenía una idea vaga de cómo sucedería. Transcurrió su niñez y adolescencia sin que recibiera nada parecido a lo que tendría que ser la señal. De cualquier forma, ni un sólo segundo dudó que tarde o temprano la vería ¿O la oiría? ¿Tal vez la olería? ¿Quizás simplemente la soñaría? Posiblemente la soñaría, así como soñaba con playas blancas llenas de dunas; con mares profundos con ballenas gigantes paseando en grupos; con montañas llenas de cicatrices más viejas que cualquier especie viviente de este planeta, y que se encadenaban unas con otras por varios miles de kilómetros; con islas que parecían sonreírte en medio del océano; con cráteres en violenta erupción, como si quisieran decir algo muy serio; con nubes tan heladas como la mirada de algunas personas. Esa tarde de espera, mientras fingía arrojar una roca sobre una paloma que caminaba a pequeños pasos como si reflexionara sobre su porvenir, ésta, en lugar de alejarse sorprendida, voló para titubear unos instantes sobre su cabeza antes de posarse delicadamente sobre la mano que había arrojado la piedra imaginaria. Buscó en sus ojos, en su mente, en sus pulmones, incluso en su estómago, pero no encontró la menor sensación de duda. Al fin estaba ahí. Con las pequeñas garras de la paloma sujetando, y sujetada, alrededor de su pulgar, y con toda la felicidad del mundo en el corazón, corrió hasta el edificio más alto que conocía, y subió brincando los escalones de cuatro en cuatro hasta llegar a la azotea. Una vez en lo alto empezó a reír. Las carcajadas atrajeron la atención de la gente que deambulaba decenas de metros bajo sus pies. Y la gente se detuvo en las banquetas, la gente detuvo sus coches, los de las ventanas dejaron sus escritorios. Sus carcajadas rompían un total silencio que se había creado al mismo tiempo que el sol se escondía detrás de la última montaña que marcaba el límite de la ciudad. Adiós sol, es mi turno de brillar. Supo que era el momento y, seguido con precisión por cientos de miradas confundidas, saltó. La paloma inmediatamente aleteó en la misma dirección. Ahí estaba él, y el aire, y el edificio detrás donde sus pies habían estado pegados hasta un instante atrás. Ya no los necesitaba, ni los pies ni el edificio. Era hora de empezar a olvidar la fuerza de gravedad que lo había mantenido prisionero del suelo por tantos años. Los rostros, pequeños, muy abajo, lo contemplaban con las boca y los ojos más abiertos de lo que pudieran recordar haberlos tenido alguna otra vez. Podía oler la envidia de casi todos. Estaba tan contento que sintió su cuerpo diminuto para contener sensaciones de tal magnitud. Miro la paloma que, desde un segundo atrás, y para siempre, volaría junto con él. Cerró los ojos mientras repasaba las imágenes de sus sueños que ahora serían realidad. Su nuevo hogar las nubes, las alturas. Era tal su felicidad que no pudo darse cuenta del momento en que su cuerpo se hizo pedazos sobre el concreto. Cuentan que su cara conservó una tal expresión de calma y satisfacción que provocó un incómodo y extraño deseo entre todos los testigos.

Desesperanza

Y mi hermano dice que hay algo de desesperación en las historias que escribo. Totalmente, pienso mientras sonrío. Años y años esperando construir un mundo a la altura de mis sueños; buscando empaquetar en cada segundo de mi día todo tipo de momentos intensos al mismo tiempo en experiencias y en emociones; en espera de ver aparecer las reflexiones, comportamientos, diversiones y estímulos que me llevarían a ser el gran yo que siempre creí que llegaría a ser uno de estos días. Una vida de despertarme cada mañana en espera de conseguir metas sin ni siquiera saber a ciencia cierta a qué me iban a llevar. Aunque cada esperanza pesara solamente unos gramos, el todo termina siendo una carga sobre los hombros (o espalda o cabeza, qué se yo) que en algún momento no deja dar un paso más. Pero la esperanza muere al último, dicen por ahí. Sí, claro, jamás perdería las intenciones claras que tengo de contribuir de diversas formas al desarrollo de la humanidad; y por supuesto que voy a conseguir día con día logros factibles dentro del límite de mis capacidades. Ahora, si de ahí insisto en querer ser el mejor en todo lo que hago, de vivir día y noche momentos dignos de volverse película taquillera, de encontrarme todo el tiempo rodeado de gente capaz de hacerme sentir bien todo el tiempo, y que además me aprecien y me admiren por todos y cada uno de mis aspectos... bonjour les fustrations! La felicidad nunca me ha estado esperando al final de una esperanza, por más que se realice tal como la había idealizado, ni siquiera cuando supera las expectativas. El tipo de satisfacción que nace con un sueño no tiene nada que ver con la realización que se siente durante una actividad desesperanzada. La primera es virtual, es saborearse un plato que nunca se va a probar porque la esperanza nunca se conecta con la realidad. El inválido jura que sería el ser más feliz del mundo si volviera a caminar, pero estamos lejos de vivir en un mundo de caminantes que rebozan de felicidad.

Rara vez sé con certeza en qué momento empieza. Siento, vivo, pienso, olvido... en el orden inverso también suele funcionar. Ahora mismo parece que estoy a punto de tenerlo; como un momento que no acaba de llegar, a milímetros de instalarse para tomar toda su forma. La casi perfección más frustrante que cualquier otro estado: una basura microscópica en el ojo frente al más espectacular de los paisajes. Se acelera, se frena, toma un nuevo ritmo, más profesional, no, más divertido, o más romántico... no sé hacia donde mirar y aun así no pierdo la concentración en el hecho de observar (comprender, retener, tratar de no perder el control, asimilar); después podré ignorar. ¿El sabor del aire, o de mi piel? Me alejo de lo dulce, me entristece lo amargo, creo que lo mío es lo ácido. Bajo lentamente, mejor no sentir prisa de nada, aún cuando el tiempo dure diez veces menos de lo que debería. No puedo dejar que un reloj controle mi vida. Recuerdo, sin muchas ganas. ¿Tiene algún sentido la nostalgia? Cada vez se parece más un defecto. Dejo lo vivido en aquel rincón del cerebro donde paseo poco, deja más espacio para jugar.

Cuántos cerebros funcionan en nuestra cabeza al mismo tiempo? Un conjunto de principios y valores nos pueden llevar a actuar de cierta forma. Dentro de nuestra misma cabeza podemos sentir la fuerza de otro conjunto de principio y valores que resisten o desvían nuestras energías. Dos son pocos, a veces parece toda una comunidad de opiniones y sentires en discordia. El diálogo interno se exalta por momentos, una discusión caótica que llega a paralizar la actividad ante un encuentro de fuerzas opuestas que se rehusan a ceder ante los argumentos contrarios. No se trata de un momento de inactividad, al contrario, es posible considerar el momento como un exceso de actividad no manifesta. Hay momentos dolorosos donde todo parece estancarse debido al tiempo transcurrido sin que los acuerdos entre las partes comiencen a aparecer; incluso se llega a situaciones cíclicas y hay que volver a empezar el tironeo antes de que algunas grandes verdades aparezcan en medio de la mesa de discusión; al menos eso llevará a las partes enfrentadas al uso de los mismos términos. Tiene la razón quien logra explicar la realidad observada de forma mas simple con sus creencias. La atención del cuerpo es atraida y alejada de las diferentes partes del cerebro que buscan gobernar. El cuerpo es pueblo, el cerebro el senado. Coaliciones, asambleas disueltas, principios democráticos en acción, golpes de estado con tintes dictatoriales, llamados a la calma y reinicio del diálogo. La pereza no es más que la frustración sentida por el cerebro seccionado ante la desarmonía de una discusión interminable.

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